Son interminables, y a la vez insignificantes. Son promesas vacías de interés, vacías de todo lo que no sea un horizonte al que nunca se llega, en el que siempre estamos. Jamás nos alcanzaremos, admitámoslo. Mil millas (y añado mi media milla de distancia en esta aproximación) y otras tantas son las que me hacen falta para creérmelo todo y seguir en pie. O sentada, viendo cómo conduces.
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