Cada vez que volvamos la vista atrás encontraremos ese trozo de resistencia a cambiar de opinión. Resulta difícil mirarlo todo con los ojos con que lo miramos por primera vez, y sentirlo todo como lo sentimos la primera vez, cuando no sabíamos nada, cuando no éramos conscientes, cuando apenas si temíamos que estuviéramos estropeándolo todo. ¿Qué íbamos a estropear que no estuviera pisoteado, sucio y malgastado ya? ¿Qué? Es difícil ver la inocencia como algo puro y limpio si pensamos en todo lo que echó a perder.
Cada vez que volvamos la vista atrás será más difícil vivirlo de nuevo. Porque trataremos de vivirlo de nuevo, de sentirnos especiales por el simple hecho haber vivido, trataremos de atisbar el resquicio de juicio que nos hizo parar y darnos cuenta antes de estar fuera de quicio. Darnos cuenta de que, de todas formas, las primeras veces, como todo -excepto la vida-, están sobrevaloradas. ¿De qué nos sirve una primera vez si la segunda, la tercera, la énesima vez no seremos capaces de sentirnos tan grandes, tan vivos, tan inflexibles a lo que nos diga el mundo y tan aptos a decirle a él "todas estas veces serán la primera"?
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