Me limitaba a mirarte los zapatos. Eran verdes, y feos. Pero qué iba a hacer si no. Me desbordaba mirarte las manos, tus dedos que sujetaban flojamente las hojas para que no se cerrara el libro. Tus ojos recorriendo las líneas. Y entonces lo pensé, pero no lo dije. Y todos los viajes terminan y se mezclan entre el gentío, y acaban siendo uno entre tantos, perdiéndose en la estación.
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