Cantamos tan suavemente al alba, al atardecer y, al menos yo, al mediodía, que casi no cantamos. Podríamos pretender que tú y yo no somos poesía, pero es tan tarde ya que tengo ganas de cantarle a la
Luna.
Creo que podríamos dejar tanta pretensión y desacuerdo y rendirnos ante la evidencia, como siempre, del aire de misterio y verdad que tienen nuestras voces en el vacío.
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